Las probabilidades en contra, de Stanislaw Lem

Stanislaw Lem
El autor se hace llamar Cezar Kouska en la portada, pero firma la introducción como Benedykt Kouska. ¿Errata o ardid? En lo personal prefiero el nombre de Benedykt; de ahí que elija apegarme a él. Por tanto es al profesor Benedykt Kouska a quien debo algunas de las horas más placenteras de mi vida, horas, dicho sea de paso, que he dedicado a la lectura de su obra. Los puntos de vista que expone están sin duda alguna en pugna con la ortodoxia científica. Sin embargo, no se trata de demencia pura. La cosa yace a mitad del camino: en esa zona transitoria en la que no es ni de día ni de noche, y en donde la mente afloja las ataduras que le impone la lógica pero sin desbaratarlas hasta el grado de dejarse llevar por la incoherencia. 
El profesor Kouska ha escrito una obra que demuestra que la siguiente relación de exclusión mutua priva: o la teoría de la probabilidad, sobre la que funda la historia natural, es falsa de toda falsedad, o el mundo de lo animado, con el hombre a la cabeza, no existe. En el segundo volumen, el profesor sostiene que si la prospectiva, o futurología, ha de volverse una realidad y no una vacua ilusión, no una consciente o inconsciente decepción entonces dicha disciplina no puede servirse del cálculo de probabilidades, sino que exige la instrumentación de un tanteo enteramente distinto; es decir, para citar a Kouska, "una teoría, basada en axiomas antípodas, de la distribución de ensambles, de hecho sin paralelo en lo continuo espacio-temporal de acontecimientos abstractos". (La cita asimismo demuestra que la lectura de la obra, en su sección teórica, sí presenta determinadas dificultades.)
Benedykt Kouska inicia el primer volumen revelando que la teoría de probabilidades empírica se agrieta justo en el medio. Empleamos la noción de la probabilidad cuando no sabemos algo con certeza. Esta incertidumbre es o puramente subjetiva (nosotros no sabemos qué va a suceder, pero otra persona sí puede saberlo) o bien, objetiva (nadie sabe y nadie puede saber). La probabilidad subjetiva es una brújula cuando falla en la información; al no saber cuál caballo va a ganar y al adivinar según la cantidad de caballos (si hay cuatro, cada uno tiene un oportunidad entre cuatro de ganar la carrera), me conduzco igual que un ciego en un cuarto lleno de muebles. La probabilidad es como el bastón que utiliza el ciego para ir a tientas. Si pudiera ver, no necesitaría el bastón, y si yo supiera cuál caballo es el más veloz, no necesitaría la teoría de las probabilidades.  El asunto de la objetividad o de la subjetividad de la probabilidad ha dividido el mundo científico en dos partidos. Algunos sostienen que existen dos tipos de probabilidad como se describe arriba; otros, que sólo existe la subjetiva, porque haciendo caso omiso de lo que vaya a suceder, no podemos adquirir un conocimiento preciso de él. Por lo tanto, algunos culpan de la incertidumbre de los acontecimientos futuros a nuestra falta de conocimientos respecto a ellos; mientras que otros culpan de la incertidumbre a los acontecimientos en sí. 
Lo que acontece, si realmente acontece, acontece de veras: he aquí la contención principal del profesor Kouska. La probabilidad aparece en escena sólo donde algo no ha ocurrido aún, así falla la ciencia. Pero nadie ignora que el acontecimiento de que dos balas disparadas por unos duelistas se aplanen mutuamente en pleno vuelo, o el de romperse uno un diente al estar comiendo pescado y morder un anillo que accidentalmente a uno se le había caído al mar seis años atrás y que precisamente ese pez se lo había tragado, o el de tocar a compás de vals la sonata en Sol mayor de Tchaikovsky en una tienda de utensilios de cocina a base del estallido de una metralla durante un asedio (las balas golpeando ollas y sartenes grandes y chicas justamente como lo requiere la composición); nadie ignora, decía, que cualquiera de estos acontecimientos es altamente improbable. Al respecto, la ciencia dice que tales fenómenos ocurren con una frecuencia muy insignificante en los conjuntos de eventos a los que pertenecen; es decir, en el conjunto de todos los duelos, en el conjunto de comer pescado y encontrar en él objetos perdidos, y en conjunto de bombardeos a tiendas de venta de artículos del hogar.
Según el profesor Kouska, sin embargo, la ciencia nos está dando gato por liebre, ya que cuanto dice de los conjuntos no es sino puro cuento. La teoría de probabilidades nos puede decir cuánto tiempo debemos esperar para que determinado acontecimiento de determinada y excepcionalmente baja probabilidad o, en otras palabras cuántas veces será necesario repetir un duelo, perder un anillo, o disparar contra ollas y sartenes antes de que los arriba mencionados y extraordinarios sucesos tengan lugar. Pero esto es hacerse tonto, opina Kouska, porque para que se efectúe algo altamente improbable no es en lo más mínimo necesario que el conjunto de eventos al que pertenece represente una serie continua. Si lanzo diez monedas a la vez, sabiendo que la probabilidad de obtener diez águilas al mismo tiempo es, o diez soles, funciona apenas 1:796, es obvio que no necesito hacer más de 796 lanzamientos para que la probabilidad de obtener diez águilas o diez soles sea igual a uno. Ya que siempre puedo decir que mis lanzamientos son la continuación de un experimento que comprende todos los lanzamientos de diez monedas a la vez efectuados en el pasado. De tales lanzamientos debe de haber habido, en el transcurso de los últimos cinco mil años de historia de la Tierra, una cantidad inordinada; por lo tanto, tengo todo el derecho del mundo de esperar que todas mis monedas aterricen águila arriba o sol arriba inmediatamente. Mientras tanto, sugiere el profesor Kouska, ¡ande usted y trate de basar sus probabilidades en un razonamiento de esta índole! Desde el punto de vista científico, este razonamiento es completamente correcto, pues ya sea que uno lanzara las monedas  sin parar o las dejara  de lado para comerse un knish o tomarse una copa en el bar de a la vuelta -o, para el caso, ya sea que no sea la misma persona la que haga el lanzamiento sino una distinta cada vez, y no todos en un día sino cada semana o cada año-, comoquiera que fuere, no tendría ningún efecto ni sentido en la distribución de la probabilidad. De este modo, el hecho de quienes lanzaran diez monedas fueran fenicios sentados en sus badanas, y griegos después de quemar Troya, y alcahuetes romanos en la época de los Césares, y galos y teutones y ostrogodos y tártaros y turcos llevándose a sus cautivos a Estambul, y mercaderes de tapetes en Gálata, y los mercaderes que traficaban con los niños de la Cruzada de los Niños, y Ricardo Corazón de León y Robespierre, así como unas cuantas docenas de decenas de miles de otros tahúeres, es completamente inmaterial. En consecuencia, podemos considerar que la serie es en extremo grade y que, por lo tanto, nuestras probabilidades de lanzar diez águilas o diez soles de una vez ¡son positivamente enormes! Pero nada más láncelas usted, dice el profesor Kouska, dirigiéndose a algún doctor físico u otro teórico de las probabilidades, y agarrándolo del brazo para impedirle escapar, ya que a los científicos no les gusta que les señalen la falsedad de su método. Traté, y verá que los resultados serán nulos.
Luego, el profesor Kouska emprende un extenso experimento intelectual que se relaciona no a algún hipotético sino a su propia biografía. Repetimos aquí, en forma condensada, algunos de los fragmentos más interesantes de este análisis.
determinado médico del ejército, durante la Primera Guerra Mundial corrió a una enfermera de la sala de operaciones, ya que se encontraba en plena cirugía cuando ella entró por error. si la enfermera hubiera conocido mejor los ires y venires del hospital, no habría tomado la puerta de la sala de operaciones por la puerta de la sala de primeros auxilios, y si no hubiera entrado en la sala de operaciones el cirujano no la habría corrido. Si él no la hubiera corrido, entonces su jefe, el médico del regimiento no le habría hecho ver a él  su impropio proceder hacia la dama (ya que ella era una enfermera voluntaria, una chica de sociedad), y si el jefe no le hubiera hecho ver esto al médico, este joven cirujano no habría creído su deber pedir disculpas a la enfermera, no la habría llevado a tomar un café, no se habría enamorado de ella, no se habría casado con ella, de donde se desprende que el profesor Benedykt Kouska no habría llegado al mundo como hijo precisamente de esta pareja de hombre y mujer casados.
De esto podría deducirse que la probabilidad de que el profesor Benedykt Kouska llegara al mundo la determinó la probabilidad de que la enfermera se equivocara o no de puerta en ese hospital específicamente ese año, mes, día y hora. Pero no es así en lo absoluto. Ese día, el joven  cirujano Kouska no tenía programada ninguna operación; sin embargo, su colega, el Dr. Popichal, que había querido llevar la ropa de la tintorería a casa de su tía, entró en la casa de dicha tía, en donde, porque se había fundido un fusible, la luz de la caja de la escalera no funcionaba, debido a lo cual se cayó del tercer escalón, cosa que le produjo un esguince en el tobillo. Y por todo eso, Kouska se vio en la necesidad de tomar su lugar en la sala de operaciones. Si el fusible no se hubiera fundido, Popichal no se hubiera torcido el tobillo, y por lo tanto él habría sido el que estaba operando y no Kouska. Es más, siendo un reconocido coqueto, Popichal no habría proferido palabras groseras para que la enfermera que había entrado por error a la sala de operaciones se saliera, y al no haberla insultado, no habría visto por qué entrevistarse téte-à-téte con ella, pero con téte- o sin téte à téte es absolutamente seguro que de la posible unión de Popichal y la enfermera no habría sido Benedykt Kouska, sino alguien por completo diferente, cuyas probabilidades de haber llegado a este mundo no interesan al presente estudio.
Los estadísticos profesionales, conscientes de la complicada naturaleza de los acontecimientos de nuestro mundo, por lo general se zafan de tener que vérselas con la probabilidad de tales fenómenos como el del nacimiento de alguien. Dicen, para deshacerse rápido de uno, que este asunto es la coincidencia de una gran cantidad de cadenas causales de orígenes bifurcados y que, en consecuencia, el punto en el espacio-tiempo en el que determinado óvulo se fusiona con determinado espermatozoide está efectivamente determinado en principio, in abstracto; sin embargo, in concreto uno jamás podría acumular conocimiento de suficiente poder  poder (es decir, omnímodo) para formular ninguna prognosis práctica -con qué probabilidad nacerá un individuo X con radas Y, o en otras palabras, durante cuánto tiempo habrán de reproducirse las gentes antes de que determinado individuo de características Y, habrá con toda certeza, de llegar al mundo- que sea factible. Pero la imposibilidad es técnica solamente y no fundamental; yace en las dificultades de recabar información y no en ninguna ausencia en el mundo de dicha información recabable. El profesor Benedykt Kouska pretende demostrar y divulgar que esta afirmación de la ciencia estadística es mentira.
Como sabemos, la probabilidad de que el profesor Kouska naciera no se reduce simplemente a la alternativa: "puerta correcta, puerta equivocada". Uno no habrá de estimar las probabilidades de su nacimiento con respecto a esta única coincidencia, más bien, deberá hacerlo con respecto a muchas otras; la coincidencia de que la enfermera hubiera sido enviada a ese hospital y no a otro; la coincidencia de su sonrisa en la sombra arrojada por su cofia, sonrisa que, a distancia, se parecía tanto a la de la Mona Lisa; la coincidencia, también de que el Archiduque Ferdinando hubiera sido asesinado en Sarajevo, ya que si no hubiera sido asesinado, la guerra no habría estallado, y si la guerra no hubiera estallado, la jovencita no se habría convertido en enfermera; es más, en vista de que ella venía de Olomouc y el cirujano de Moravska Ostrava, lo más probable es que nunca se hubieran conocido: ni en un hospital ni en ningún otro lado. Por lo tanto, uno debe tomar en consideración la teoría general de la balística de disparar contra archiduques, y ya que el tino de haber dado al Archiduque  estuvo condicionado por el movimiento del automóvil de éste, la teoría de la cinemática de los modelos de automóvil del año de 1914 también debe tomarse en cuenta, así como la psicología de los asesinos, porque no todos en el lugar de ese servio habrían disparado contra el Archiduque, y aun si alguno lo hubiera hecho, no habría estado sobre el objetivo; no si sus manos temblaran de emoción; por lo tanto, el hecho de que el servio tuviera buena mano y ojo también ocupa un lugar en la distribución de la probabilidad del nacimiento del profesor Kouska. Uno no puede pasar por alto, tampoco, la situación política total de Europa en el verano de 1914.
El matrimonio en cualquier caso, no se efectuó ese año, ni tampoco el siguiente, cuando la joven pareja entró en relaciones ya serias, porque el cirujano fue designado a una misión especial en el fuerte de Przemysl. De ahí habría de viajar después a Lvov, en donde vivía la bella mozuela Marika, a quien los padres de él habían elegido para ser su esposa debido a consideraciones de negocios. Como resultado de la ofensiva de Samsonov y las maniobras del flanco del sur de las fuerzas rusas, sin embargo Przemysl fue sitiado y, pronto, en vez de acudir a su prometida de Lvov, el cirujano pasó a ser cautivo ruso, cuando el fuerte cayó. como prisionero, se acordaba de la enfermera más de lo que se acordaba de su novia, porque la enfermera no nada más era hermosa sino que cantaba la canción "Duerme, amor mío, en tu lecho de flores" mucho más dulcemente que Marika, que tenía un pólipo inextirpado en sus cuerdas vocales y en consecuencia una constante ronquera. Marika iba de hecho, a someterse a una operación de extirpación  de dicho pólipo en 1914, pero el otorrinolaringólogo que habría de extirparle el pólipo, al haber perdido mucho dinero en un casino de Lvov y al estar en la imposibilidad de pagar sus deudas de honor (era oficial del ejército), robó la caja de dinero del regimiento y huyó a Italia. Esto condujo a Marika a albergar un enorme desagrado hacia los otorrinolaringólogos, y antes de que pudiera decidirse por otro fue pedida en matrimonio. Como prometida de Kouska tenía que cantar "Duerme , amor mío, en tu lecho de flores" y su canto, o mejor dicho, el recuerdo de esa ronca y resollante voz, en contraste -perjudicial para la prometida- al timbre puro de la enfermera de Praga, originó que esta última ganara bonos en la mente del doctor-prisionero en desventaja de la imagen de su novia. Así, al regresar a Praga en el año de 1919, Kouska ni siquiera pensó en buscar a su antigua novia sino que inmediatamente encaminó sus pasos a la casa en la que vivía la enfermera como jovencilla casadera.
La enfermera, sin embargo, tenía otros cuatro pretendientes; los cuatro querían su mano, mientras que entre ella y Kouska no había nada en concreto salvo las tarjetas postales que él le enviara desde su cautiverio, y en cuanto a las tarjetas postales en sí mismas, tiznadas como estaban por los sellos del censor militar, no podía esperarse que encendieran en el corazón de la chica ningún sentimiento duradero. Su primer pretendiente serio era un tal Hamuras, piloto que no volaba, , porque le había salido una hernia cuando movió la palanca del timón de dirección con los pies, y esto sucedió porque las palancas de los timones de dirección de los aviones de aquellos días eran muy difíciles de mover. (Se trataba, después de todo, de una época primitiva de la aviación.) Ahora bien, a Hamuras lo habían operado un a vez, pero sin éxito, ya que la hernia recurrió -y recurrió porque el doctor que ejecutó la operación había cometido un error al suturar con la tripa de gato- y a la enfermera le avergonzaba casarse con el tipo de piloto  que en vez de volar pasaba su tiempo ya fuera sentado en la sala de espera del hospital o buscando en los avisos de ocasión un auténtico corsé de los de antes de la guerra, pues imaginaba que dicho corsé le permitiría volar después de todo. Debido a la guerra, sin embargo, un buen corsé de esos no se conseguía por ninguna parte.
Uno debería advertir que en ese trance el "ser o no ser" del profesor Kouska se enlaza con la historia de la aviación en general, y con la de los modelos de avión usados por el ejército austrohúngaro en particular. Específicamente, el nacimiento del profesor Kouska estuvo positivamente influido por el hecho de que en 1911 el gobierno austrohúngaro adquiriera la concesión para construir monoplanos cuyas palancas de los timones de dirección se manejaban con dificultad. Los aviones iban a ser manufacturados por una planta en Wiener Neustadt, y esto es, justo es decirlo, lo que sucedió. Ahora bien, en lo que se tramitaba la concesión, la compañía francesa Gastambide-Mengin entró en competencia con dicha planta y su concesión (que venía de una compañía norteamericana, Curtiss), y la compañía francesa llevaba las de ganar, porque el General de División Prehl, de la Comisaría de la Corona Imperial, habría podido favorecer el modelo francés, porque tenía una amante francesa, que hacía las veces de institutriz de sus hijas, y debido a esto él tenía cierta predilección secreta por cuanta cosa francesa tuviera a bien existir. Eso, por supuesto, habría alterado la distribución de las probabilidades, ya que la máquina francesa era un biplano con los alerones en flecha y un timón de dirección que tenía una palanca de control fácilmente movible, que no habría causado a Hamuras su problema, en cuya circunstancia la enfermera se habría casado con él después de too. Aunque eso sí, el biplano tenía una llave de succión difícil de manejar, y Hamuras, hombros más bien delicados, incluso padecía de lo que se conoce como Scheibkrampf, y debido a ese mal se las veía negras para firmar su nombre completo (Adolf Alfred von, Messen-Weydeneck zu Oryola und Mün nesak, Barón de Hamuras). Así, incluso sin la tal hernia, Hamuras por cuestión de sus débiles brazos, podía haber perdido a los ojos de la enfermera su poder de atracción.
La compañía francesa no obtuvo el contrato, sin embargo, ya que apareció de repente en el camino e la institutriz cierto tenorcillo de una compañía de opereta, quien, con asombrosa presteza, le dio un hijo. El General de División Prehl la echó de su casa, perdió su predilección por cuanta cosa francesa tuviera a bien existir, y el ejército se quedó con la concesión Curtiss en poder de la compañía Wiener Neustadt. La institutriz conoció al tenor en el circo cuando llevó a la hijas mayores del General Prehl porque la más pequeña tenía tosferina y estaban tratando de mantener a las niñas sanas lejos de la enferma, y de no haber sido por la tosferina, transmitida por un conocido de la cocinera de la cocinera de los Prehl -hombre que servía café en un fumadero y a quien de mañana le daba por caer en casa de los Prehl (por no decir en la cocinera, se entiende)- no habría habido enfermedad, ni paseo de las niñas al circo, ni encuentro con el tenor, ni infidelidad, y con lo cual la Gastambide-Mengin habría ganado la concesión después de todo. Pero como resultó que Hamuras fue rechazado, se casó con la hija de un proveedor de Su Majestad el Rey; muchacha que le dio tres hijos.
El segundo pretendiente de la enfermera no tenía peros, el capitán Misnia, sólo que se fue al frente italiano y se enfermó de reumatismo -cosa que sucedió en el invierno, en los Alpes- y luego se murió. El capitán se estaba dando un baño de vapor cuando una granada de calibre 22 alcanzó el edificio, lo que forzó al capitán a salir corriendo desnudo a la nieve. La nieve eliminó el reumatismo, dicen, pero le provocó pulmonía. Si el profesor Fleming hubiera descubierto no en 1928, sino, digamos en 1910, Misnia se habría repuesto de la pulmonía, habría regresado a Praga -derecho que se le habría concedido por ser convaleciente- y las probabilidades de la llegada del profesor Kouska al mundo habrían sido, por lo mismo, mucho menores. De este modo, es claro que el calendario de los descubrimientos en el campo de las drogas antibacteriales representó un importante papel en el origen de nuestro autor, B. Kouska.
En cuanto al tercer pretendiente se trataba de un respetable comerciante al por mayor, pero a la joven en cuestión no le interesaba mayormente. El cuarto se habría casado con ella con toda seguridad, pero la cosa no resultó,  debido a una cerveza. Este galán tenía enormes deudas y esperaba pagarlas con la dote; también tenía enormes altibajos en su pasado. La joven señorita y su familia, junto con el pretendiente, fueron un día a una rifa de la Cruz Roja y, como se sirvieron rollitos de ternera a la húngara en la comida, el papá se vio presa de una increíble sed, de modo que dejó el quiosco, en donde todos estaban escuchando la banda militar, y se fue a tomar un tarro de cerveza de barril y en esas estaba cuando se encontró con un viejo compañero de la escuela, que en esos momentos estaba por irse. De no haber sido por la cerveza, lo más seguro es que ellos dos no se habrían encontrado. Este condiscípulo conocía, a través de su cuñada, el pasado del pretendiente de principio a fin, y no tuvo empacho en contar al papá de la joven cuanto del joven sabía, hasta el menor detalle. Parece que incluso mejoró un poco el asunto aquí y allá. En cualquier caso, el papá regresó de lo más perturbado y el compromiso, que era casi oficial a esas alturas, se hizo pedazos irreparablemente. Si el papá no hubiera comido rollitos de ternera a la húngara, no se habría enterado de las deudas del novio y el compromiso habría seguido su curso y, como habría sido un compromiso en tiempos de guerra, la boda habría acontecido casi inmediatamente después. Una cantidad excesiva de paprica en los rollitos de ternera a la húngara el 19 de mayo de 1916, entonces, salvó la vida del profesor B.Kouska.
En cuanto a Kouska el cirujano, regresó del cautiverio con el rango  de médico de batallón y se alistó en las filas del galanteo. Las malas lenguas le informaron de los pretendientes y en especial del difunto capitán Misnia, quien, supuestamente, había logrado una relación nada pasajera con la joven damisela, aunque al mismo tiempo ella hubiera estado contestando las tarjetas postales del prisionero de guerra. Impetuoso de naturaleza, el cirujano estaba preparadísimo a romper el compromiso después de recibir, de alguna maléfica persona en Praga, varias cartas que la señorita había escrito a Misnia (sólo Dios sabe como fueron a dar en manos de esa persona), junto con una anónima que explicaba cómo él, Kouska, había servido a la joven chica de llanta de repuesto; es decir, de substituto. Pero debido a una conversación que el cirujano sostuvo con su abuelo -que en realidad había hecho las veces de su padre desde su niñez, porque el papá propiamente dicho del cirujano, un libertino y pelafustán, había tenido poco que ver con la educación de su hijo- no se rompió el compromiso. El abuelo era un hombre de puntos de vista excepcionalmente progresistas, y sostenía que el corazón de una joven podía manejarse fácilmente, especialmente cuando quien lo manejara usara uniforme y alegara que como soldado la muerte podía caerle encima de un momento a otro.
Kouska entonces se casó con la joven dama. Sin embargo, si hubiera tenido un abuelo de otras opiniones, o si el viejo liberal hubiera muerto antes de su octagésimo cumpleaños, es muy probable que el matrimonio no habría tenido lugar. Es cierto, el abuelo llevaba una vida excesivamente saludable y, rigurosamente, se sometía a las curas de agua que le recetara el padre Kneipp, pero no es posible determinar a qué grado la ducha de agua helada cada mañana aumentó las probabilidades de que el profesor B. Kouska naciera al prolongar la vida del abuelo. El papá del cirujano Kouska, discípulo de la misoginia, definitivamente no habría intercedido a favor de la difamada doncella; pero no había tenido influencia alguna sobre su hijo desde que, al conocer a un tal Serge Mdivani, se convirtió en su secretario, se fue con él a Montecarlo y regresó creyendo en un sistema de hacer saltar la banca en la ruleta que le había enseñado una cierta condesa viuda. Gracias a este sistema, perdió toda su fortuna, fue a dar a la cárcel y se vio forzado a ceder a su hijo al cuidado de su propio papá. Así, si el papá del cirujano no hubiera sucumbido al demonio del juego, el nacimiento del profesor Kouska no habría tenido lugar.
El factor que en este caso ladeó la balanza a favor del nacimiento del profesor fue, por lo tanto, el Sr. Serge, vel Sergius, Mdivani. Harto de su propiedad en Bosnia, y de su esposa y de su suegra, contrató a Kouska (el papá del cirujano) como su secretario y se lo llevó con él por los mares, porque Kouska père sabía varios idiomas, mientras que Mdivani, a pesar de su primer nombre, no sabía otro idioma fuera del croata. Pero si en su juventud el Sr. Mdivani hubiera sido cuidado por su papá, habría estudiado idiomas en lugar de andar correteando a las recamareras, no habría necesitado de un traductor, y no se habría llevado al papá de Kouska con él por los mares. Dicho Kouska no habría regresado de Montecarlo convertido en tahúr y no habría sido maldecido y corrido por su padre, y éste, a su vez, no habría tomado al cirujano de niño bajo su custodia y no le habría inculcado principios liberales. El cirujano habría terminado con la joven señorita y -una vez más- el profesor Denedykt Kouska no habría visto la luz de nuestro mundo. Ahora bien, el papá del Sr. Mdivani, Sr., abrigaba la sospecha de que era -el dignatario- el verdadero padre del pequeño Sergius. Al sentir por lo tanto un desagrado subconsciente hacia el pequeño Sergius, lo desatendía, y como resultado de dicha desatención Sergius no aprendió, como debía, sus lenguas.
El asunto de la identidad del papá del niño  estaba de hecho involucrado, porque aún la mamá del pequeño Sergius no estaba del todo segura de si era hijo de su esposo o del párroco, y no estaba segura de quién era hijo porque ella creía firmemente en esas miradas que afectan al aún no nacido. Creía en esas miradas que afectan al aún no nacido, porque su autoridad para todo era su abuela gitana. Estamos hablando, debe advertirse, de la relación entre la abuelita de la mamá del pequeño Sergius Mdivani y de las probablidades del nacimiento del profesor Benedykt Kouska. Mdivani había nacido en el año de 1861, su mamá en 1832 y la abuela gitana en 1798. De este modo, entonces, los asuntos que estaban teniendo lugar en Bosnia y Herzegovina a fines del siglo dieciocho -en otras palabras, ciento treinta años antes del nacimiento del profesor Kouska- ejercieron una influencia muy real en la distribución de la probabilidad de su venida al mundo. Pero no se crea que la abuelita gitana no viene a cuento. Estaba renuente a casarse con cierto croata ortodoxo, sobre todo porque en ese tiempo Yugoslavia estaba, por supuesto, bajo la dominación turca y casarse con un renegado no le acarrearía ningún bien.
Pero la gitana tenía un tío mucho mayor que ella; había peleado bajo Napoleón, se rumoreaba, y había participado en la retirada de la Gran Armada de los alrededores de Moscú. En cualquier caso, debido a su servicio soldadesco bajo el Emperador de los franceses regresó a casa convencido de que las diferencias intersectarias no tenían importancia al lado de las de la guerra, y de ahí que él animara a su sobrina a desposar al croata, pues, aunque renegado, el croata era un joven bueno y sencillo. Al desposar al croata, la abuelita materna de la mamá del Sr. Mdivani, por lo tanto, aumentó las probabilidades del nacimiento del profesor Kouska. En cuanto al tío, no habría peleado bajo Napoleón  de haber estado viviendo durante la campaña italiana en la región de los Apeninos, a donde fuera enviado por su patrón, un criador de ovejas, con una partida de abrigos de badana. Acechado por la policía montada de la Guardia Imperial, le ofrecieron una de dos posibilidades: la de reclutarse o la de convertirse en mandadero militar. Prefirió servir de soldado. Ahora bien, si el patrón del tío gitano no se hubiera dedicado a la cría de ovejas, o si, criándolas, no hubiera fabricado abrigos de badana, de los que en Italia había demanda, y si no hubiera enviado a este tío a Italia con los abrigos, entonces la policía montada no hubiera capturado al tío gitano, de donde, al no atravesar Europa, este tío, intactas sus opiniones conservadoras, no habría animado a su sobrina a casarse con el croata. Y con eso la mamá del pequeño Sergius, al no tener una abuelita gitana, no habría creído que con sólo observar al párroco extender los brazos mientras cantaba con voz de bajo en el altar, uno podía concebir un hijo, a imagen y semejanza del cura y así, limpia su conciencia, no habría temido a su esposo y se hubiera defendido contra las acusaciones de infidelidad y el esposo, al no encontrar ya mal alguno en el aspecto del pequeño Sergius se habría encargado de vigilar su educación y Sergius habría aprendido lenguas y no habría necesitado de traductor ninguno con lo cual el papá de Kouska el cirujano no se habría ido con él por los mares, no se habría convertido en tahúr y manirroto, y habría instado a su hijo cirujano a desechar a la jovenzuela, por su coqueteo con el difunto capitán Misnia (R.I.P) con el resultado de que, de nuevo, no existiría en este mundo el profesor B. Kouska.
Veamos: Hasta aquí, hemos examinado el espectro de probabilidades del nacimiento del profesor Kouska partiendo de la suposición de que sus padres potestativos existieron. Redujimos la posibilidad de ese nacimiento al introducir muy pequeños, y perfectamente creíbles cambios en el comportamiento del padre o de la madre del profesor Kouska; dichos cambios son el resultado de las acciones de un tercero (en general Samsonov, la abuelita gitana, la mamá de Mdivani, el Barón Hamuras, la institutriz francesa del General de División Prechl, el Emperador Francisco José I, el Archiduque Ferdinando, los hermanos Wright, el cirujano de la hernia del Barón, el onitorrinolaringólogo de Marika, etc.). Pero sin duda que el mismo tipo de análisis puede aplicarse a las probabilidades del nacimiento de la joven que como enfermera contrajo nupcias con el cirujano Kouska. Billones, trillones de circunstancias tuvieron que ocurrir como ocurrieron para que la joven dama existiera y para que el futuro cirujano Kouska existiera. Y de forma análoga innumerables multitudes de acontecimientos condicionaron el nacimiento de sus papás, abuelos, bisabuelos, etc. Parecería no admitir discusión alguna que, por ejemplo, si el sastre Vlastimil Kouska, nacido en 1673, no hubiera nacido entonces ni su hijo, ni su nieto, ni su bisnieto, ni el bisabuelo de Kouska el cirujano, ni el propio Kouska, ni, de hecho, el profesor Benedykt Kouska habrían tampoco nacido.
El mismo razonamiento puede aplicarse a los antepasados de Kouska y a los de la enfermera que aún no eran gente, pues eran criaturas que llevaban una existencia cuadrumana y arbórea en la Era Eolítica temprana, cuando el primer paleopitecantropo, al haber dado alcance a uno de esos cuadrumanos y al haberse percatado de que lo que traía entre manos era una hembra, la poseyó bajo el eucalipto que se levantara ahí donde hoy se yergue la Malá Strana en Praga. Como resultado de la mezcla de los cromosomas del paleopitecantropo lúbrico y la primate protohumana, cuadrumana, surgió ese tipo de miosis y esa unión de genes que, transmitidos a través de las siguientes treinta mil generaciones, produjeron en el rostro de la joven enfermera la misma sonrisa, vagamente recordativa de la Mona Lisa, del cuadro de Leonardo, que tanto encantó al joven cirujano Kouska. Pero el mismo eucalipto pudo haber crecido (¿o no?) cuatro metros más allá, caso en el cual la cuadrumana, huyendo veloz del paleopitecantropo que la perseguía, no se habría tropezado con la gruesa raíz del árbol y quedado despatarrada, y en cambio sí habría podido treparse al árbol a tiempo y no habría quedado embarazada, y al no haber quedado preñada, entonces la travesía de Aníbal por los Alpes, las Cruzadas, la Guerra de los Cien Años, la toma de los turcos de Bosnia y Herzegovina, la campaña de Napoleón en Moscú, así como varias docenas de trillones de acontecimientos por el estilo, sufriendo ligeros cambios, habrían conducido a una situación en la que de ningún modo podría haber nacido el profesor Benedykt Kouska, de donde podemos deducir que el alcance de las probabilidades de su existencia contiene en sí una subclase de probabilidades que involucran la distribución de los eucaliptos que se dieron en el sitio de la Praga moderna unos trescientos cuarenta y nueve mil años antes.
Obviamente, de esta discusión no se desprende que todo el Universo sea una máquina diseñada para permitir al profesor Kouska nacer. Imaginemos que, un billón de años antes de su génesis, un observador desea computar las probabilidades de la existencia de la Tierra. El observador no puede prever exactamente la forma, masa o composición química que el vórtice creador de los planetas dará al núcleo de la futura Tierra. Sin embargo, predice, fundándose en su conocimiento de astrofísica, que el sol tendrá una familia de planetas y que entre estos planetas habrá un planeta número tres. Puede parecer diferente de la vaticinada Tierra -puede ser diez billones de toneladas más pesada o tener dos pequeñas lunas en vez de una grande, y un mayor porcentaje de su superficie puede estar cubierto de agua- pero como quiera que fuere será una Tierra. Ahora bien, el profesor Kouska, vaticinado por un observador en el año de 500 000 a.C., también sería una persona aun cuando naciera monje budista o mujer oriental, pero a todas luces no sería ya el profesor Kouska, porque los objetos tales como los soles, los planetas, las nubes o las rocas, no son del mismo modo singulares como lo son todos los organismos vivos. Cada hombre es, de esta manera, el premio gordo en una lotería, como quien dice: en el tipo de lotería, es más, en el que el billete ganador es uno en un tribillonimegamulticentillón. Y, entonces, ¿por qué no sentimos diariamente la astronómica monstruosa suma pequeñez de probabilidad de nuestra propia existencia o de la de algún otro? Por la sencilla razón, contesta el profesor Kouska, de que por más improbable que algo sea, si sucede, sucede. Y también porque en una lotería común y corriente vemos el vasto número de billetes perdedores junto con ese único billete que resulta ganador, mientras que en la lotería de la existencia, los billetes perdedores no los ve ni Dios, "¡Las probabilidades que pierden en la lotería de la existencia son invisibles!", explica el profesor Kouska. Porque por cierto perder en esta lotería se reduce a no haber nacido, y de aquel que no ha nacido no puede decirse que sea: ni pizca. Procedemos a citar al autor: empezamos por la línea 24, de la página 619, del Volumen I (De Impossibilitate Vitae):
Hay quienes llegan al mundo como la progenie de uniones que tanto en la línea masculina como en la femenina fueron concertadas mucho tiempo antes, de modo que el futuro papá de determinado individuo y su futura mamá, aún de niños, estaban predestinados el uno para el otro. Un hombre que ve la luz del día como hijo de un matrimonio de éstos puede tener la impresión de que la probabilidad de su existencia era considerable, en contraste con alguien que se enterara de que su papá conoció a su mamá en el transcurso de las grandes migraciones en tiempo de guerra, o que, simplemente, fue concebido porque algún húsar de Napoleón, mientras se escapaba atravesando Berezina, tomó no sólo una jarra de agua de la doncella que encontró en las afueras del pueblo sino que también su doncellez. A ese hombre podría parecerle que si el húsar se hubiera apresurado más, sintiendo a los cientos de cosacos a sus espaldas o que si su mamá no hubiera estado buscando -sólo Dios sabe qué cosa- en las afueras del pueblo y se hubiera quedado en casa al calor del fuego como era su deber, él nunca habría sido. En otras palabras: que la probabilidad de su existencia colgaba de un hilo al compararla con la de aquel cuyos padres habían estado predestinados el uno para el otro tiempo hacía.
Estas ideas están equivocadas, porque no tiene ningún sentido asegurar que el cálculo de las probabilidades del nacimiento de alguien tiene que iniciarse a partir del nacimiento del futuro papá y de la futura mamá de ese individuo determinado. Si tenemos un laberinto compuesto de mil habitaciones, la probabilidad de recorrer ese laberinto de principio a fin está determinada por la suma de todas las opciones en todas las habitaciones consecutivas a través de las cuales pasa el buscador del camino y no por la probabilidad aislada de que encuentre la puerta correcta en una única habitación. Si se equivoca en la habitación número 100, estará tan perdido como si se hubiera equivocado en la primera habitación o en la habitación número mil. Y de modo similar, no hay por qué asegurar que sólo mi nacimiento tuvo lugar contra enormes probabilidades en contra, mientras que los nacimientos de mis padres no, o los de sus padres, abuelos, bisabuelos, abuelas, bisabuelas, etc., hasta llegar la nacimiento de la vida sobre la Tierra. Y no tiene sentido decir que el hecho de la existencia de cualquier persona específica es un fenómeno de muy baja probabilidad. ¿Muy baja en relación a qué? ¿A partir de qué se va a hacer el cálculo? Sin fijar un punto cero -es decir, de un punto inicial para la escala del cálculo- la medición, y por lo tanto la estimación de la probabilidad se convierte en una palabra vacía.
De este razonamiento no se deduce que mi llegada al mundo estuviera asegurada o predetermiada desde antes de que la Tierra cobrara su forma. Todo lo contrario. Lo que se deduce es que yo hubiera podido no ser en absoluto y que nadie se habría ni siquiera percatado. Cuanto sostiene la estadística respecto a la pronosticación de nacimientos individuales es tontería. Ya que mantiene que cualquier hombre, por muy improbable que sea su existencia, es sin embargo posible como realización de determinadas probabilidades. Pero he demostrado que, dado cualquier individuo -Mucek el panadero, por ejemplo-, uno puede decir lo siguiente: Es posible seleccionar un momento en el pasado cuando la predicción del nacimiento de Mucek el panadero tendrá una probabilidad tan próxima al cero como se desee. Cuando mis padres se encontraron en el lecho conyugal, las probabilidades de mi llegada al mundo ascendieron, digamos, a una en cien mil (tomando en cuenta, entre otras cosas, la tasa de mortalidad infantil). Durante el sitio del fuerte de Przemysl, las probabilidades de mi nacimiento eran de una en un billón; en el año 1900 una en un trillón; en 1800 una en un cuatrillón, y así. Si un observador hipotético computara las probabilidades de mi nacimiento bajo el eucalipto, en la Malá Strana en la Era Interglaciaria, establecería las probabilidades de que algún día llegara yo al mundo en una en un centillón. Magnitudes del orden giga aparecen cuando el punto de estimación se lleva un billón de años atrás, del orden ter tres billones de años, etc.
En otras palabras, uno siempre puede encontrar un punto en el eje temporal a partir del cual la estimación de las probabilidades de nacimiento de cualquier persona produce una improbabilidad tan grande como uno quiera; es decir, una imposibilidad, porque una probabilidad que se aproxima al cero es lo mismo que una improbabilidad que se aproxima al infinito. Al decir esto, no negamos que nosotros o cualquiera persona exista en el mundo. Al contrario: ni de nuestra propia existencia, ni de la de nadie más abrigamos la menor duda. Al decir lo que dijimos, simplemente repetimos lo que alega la ciencia, ya que es conclusión de los físicos, y no del sentido común que ni un solo hombre existe o ha existido nunca. Y he aquí la prueba. La física mantiene que aquello que tiene una probabilidad en un centillón de suceder, no sucederá, aun si el acontecimiento en cuestión es del tipo de los que suceden cada segundo, aun así no puede esperarse que tenga lugar nunca en el Universo.
El número de segundos que habrán de transcurrir entre el día de hoy y el fin del Universo es inferior a un centillón. Las estrellas desahuciarán toda su energía mucho antes, y por lo tanto el tiempo de duración del Universo es más breve que el tiempo que se necesita para esperar algo que sucede sólo una vez en un centillón de segundos. Desde el punto de vista de la física, esperar un acontecimiento tan poco probable es igual a esperar una imposibilidad. La física llama a dichos fenómenos milagros termodinámicos. A esta clase pertenecería, por ejemplo, la congelación de agua en una olla sobre el fuego, o el levantamiento del suelo de los fragmentos de un vidrio roto y su pegamiento hasta quedar como un vidrio completo. El cálculo demuestra que semejantes milagros son sin embargo más probables que algo cuya probabilidad es de uno en un centillón.
Debemos añadir ahora que nuestro cálculo hasta aquí ha tomado en cuenta sólo la mitad del asunto; es decir, los datos macroscópicos. Además de estos, el nacimiento de un individuo específico es contingente con circunstancias que son microscópicas como el asunto de cuál esperma se combina con cuál óvulo de determinado par de personas. Si mi mamá me hubiera concebido otro día y a otra hora, entonces yo habría nacido no yo sino otro, lo que puede deducirse del hecho de que mamá efectivamente concibió en distinto día y hora (año y medio antes de mi nacimiento), y dio a luz a una niñita, mi hermana, respecto a quien no habría necesidad de probar, creo, que ella no es yo. Esta microestadística también tendría que considerarse en el cálculo de las probabilidades de mi origen, y cuando se toma en cuenta el cálculo aumenta los centillones de improbabilidades a miriadas.
Así, pues, desde el punto de vista de la física termodinámica, la existencia de cualquier hombre es un fenómeno de improbabilidad cósmica. Cuando da por supuesto que cierta gente existe, la física puede predecir que estas personas darán a luz a otras personas, pero en cuanto qué personas específicas habrán de nacer, la física debe o callar o caer en el absurdo. Y por lo tanto la física se equivoca cuando proclama la validez universal de su teoría de la probabilidad, o la gente no existe, como tampoco los perros, los tiburones, el musgo, los líquenes, las solitarias, los murciélagos, y las hepáticas existen. puesto que lo que aquí se ha probado se aplica a todo organismo vivo. Ex phsysicalipositione vita impossibilis est, quod erat demonstrandum. Con estas palabras concluye la obra de De Impossibilitate Vitae que de hecho representa una enorme preparación para la materia del segundo de los dos volúmenes. En De Impossibilitate Prognoscendi, el autor proclama la inutilidad de las predicciones históricas que se fundan en el probabilismo, asunto que ya ha tratado ligeramente. Se propone demostrar que la historia no contiene sino los hechos más improbables desde el punto de vista de la teoría de la probabilidad. El profesor Kouska coloca a un futurólogo imaginario en el umbral del siglo veinte y le concede todo el conocimiento disponible en ese entonces, y le hace la siguiente serie de preguntas:
¿Crees probable que pronto se descubra un metal plateado parecido a l plomo, capaz de destruir la vida en la Tierra dado el caso de que dos hemisferios compuestos de dicho metal se juntaran mediante el simple movimiento de las manos para hacer de ellos algo semejante a una gran naranja? ¿Crees posible que este viejo carro, en el que Karl Benz, Esq., ha montado un motor ruidoso de uno y medio caballos de fuerza, se multiplicará en breve a tal grado que sus humos asfixiantes y sus residuos de combustión convertirán el día en noche en las grandes ciudades, y que el problema de colocar este vehículo en algún sitio, cuando no se esté ocupando, se convertirá en la principal desgracia de las metrópolis más poderosas? ¿Crees probable que debido al principio de los fuegos artificiales pronto la gente empezará a pasearse sobre la luna, mientras que al mismo tiempo dichos paseos serán observados por cientos de millones de otras gentes desde sus hogares en la Tierra? ¿Crees posible que de pronto podremos hacer cuerpos celestes artificiales, equipados con instrumentos que permitirán a uno desde el espacio cósmico llevar un registro del movimiento de cualquier hombre en el campo o en alguna calle de alguna ciudad? ¿Crees que sea probable que se construya una máquina que juegue ajedrez mejor que tú, que componga música, que traduzca de una lengua a otra, y que ejecute en cosa de unos cuantos minutos cálculos que todos los contadores, auditores y tenedores de libros del mundo no podrían realizar juntos en toda una vida? ¿Crees posible que muy pronto aparecerán en el centro de Europa enormes plantas industriales en las que personas vivas serán quemadas en hornos, y que serán millones los pobres que así perezcan?
Es claro, afirma el profesor Kouska, que en el año de 1900 sólo un demente habría concedido a todos esos acontecimientos aun la más mínima credibilidad. Y sin embargo han sucedido. Entonces, si nada sino improbabilidades han tenido lugar, ¿por qué de pronto habría de transformarse radicalmente este patrón de modo que de ahora en adelante sólo lo que consideramos creíble, probable y posible habrá de convertirse en realidad? Caballeros, predigan el futuro como les plazca -dice Kouska a los futurólogos-, siempre que no funden sus predicciones en el cómputo de las probabilidades máximas.
La imponente obra del profesor Kouska indudablemente merece reconocimiento. A pesar de eso, este estudioso, en el calor del momento cognoscitivo, cometió un error que ha ameritado la reprimenda del profesor Bedrich Vrchlicka en un prolijo ensayo crítico publicado en las páginas de Noticias agrícolas. El profesor Vrchlicka sostiene que todo el razonamiento antiprobabilístico del profesor Kouska se basa en una suposición tanto no declarada como equivocada. Ya que detrás de la fachada de lo que Vrchlicka llama "un asombro metafísico ante la existencia" que, dice, puede expresarse en las siguientes palabras: "¿Cómo es posible que yo exista hoy en día, en este cuerpo, de esta forma? ¿Cómo es posible que yo no sea cualquiera de los millones de personas que han existido antes, y que no seré ninguna de los millones de personas que habrán de existir?". Aun suponiendo que semejante pregunta tenga sentido, dice el profesor Vrchlicka, no tiene nada que ver con la física. Pero superficialmente parece que sí, porque uno podría formularla de este modo:
Todo hombre que ha existido -es decir, que ha vivido hasta ahora- ha sido la realización corpórea de un patrón particular de genes, los elementos que condicionan la herencia. En principio podríamos reproducir todos los patrones que han sido realizados hasta el día de hoy. Nos encontraríamos ante una tabla gigante llena de hileras de fórmulas genotípicas, cada una de las cuales correspondería exactamente a un hombre específico, que surgió de ella a través del desarrollo embrionario. Entonces no se resiste uno a preguntar: ¿Precisamente en qué forma se diferencia de todos los patrones ese patrón genético en la tabla que corresponde a , a mi cuerpo, y que da como resultado que sea yo la encarnación viva de ese patrón hecho materia? Es decir: ¿Qué condiciones físicas, qué circunstancias materiales debería yo tomar en cuenta para llegar a entender esta diferencia, para comprender por qué puedo decir de todas las otras fórmulas en la tabla, "Se refieren a Otras Personas", y de sólo una de las fórmulas, "Se refiere a mí, SOY YO"?
Es absurdo pensar -explica el profesor Vrchlicka- que la física de hoy o la de dentro de un siglo, o la de dentro de mil años, podría proporcionar una respuesta a una pregunta  ideada en los términos anteriores. La pregunta no tiene significado alguno en la física, porque la física no es en sí misma una persona; en consecuencia, cuando está investigando cualquier cosa, ya sea cuerpos celestes o humanos, la física no hace distinción alguna entre mí y usted, esto y aquello. El hecho de que yo diga de mí mismo "yo" y del otro "él" la física se las arregla para interpretarlo (basándose en la teoría general de los autómatas pensantes, la teoría de los sistemas autorganizativos, etc.), pero de hecho no percibe la disimilitud existencial entre "yo" y "él". Seguramente, la física revela la singularidad de las personas porque todo hombre (¡exceptuando a los gemelos!) es la encarnación de una fórmula genética diferente.
Pero el asombro metafísico implícito en el razonamiento de Kouska no diminuiría ni un ápice, dice el profesor Vrchlicka, aun cuando toda la gente fuera encarnaciones de una sola fórmula genética. Ya que un individuo todavía podría preguntar qué origina el hecho de que "yo" no sea "otro", de que yo hubiera nacido, no en la época de los faraones o en el Ártico, sino aquí y ahora, y aun así no sería posible obtener de la física una respuesta a tal pregunta. Las diferencias que ocurren entre yo y otras personas, dice Vrchlicka, empiezan con el hecho de que yo soy yo, de que no puedo salirme de mí mismo o intercambiar existencias con nadie más, y sólo es después y secundariamente cuando advierto que mi aspecto y mi naturaleza no son los mismo que los del resto de los vivos (y de los muertos). Esta importantísima diferencia, fundamental para mí, simplemente no existe para la física, y ya no queda más que decir al respecto. Y, por lo tanto, lo que causa la ceguera de la física y de los físicos respecto a este problema no es la teoría de las probabilidades.
Al introducir el tema del cálculo de sus probabilidades de existir, el profesor Kouska, según Vrchlicka, ha errado su camino y el de los lectores. El profesor Kouska piensa que a la pregunta: "¿Qué condiciones tuvieron que darse para que yo, Kouska, pudiera nacer?" la física responderá: "Las condiciones que tuvieron que darse son, físicamente, ¡improbables en extremo!". Ahora bien, la cosa no es así. La verdadera pregunta es: "Veo que soy un hombre de carne y hueso, uno entre millones. Me gustaría saber en qué modo físico soy distinto de todos los demás -los que fueron, los que son, los que serán- al grado de que no fui, y no soy ninguno de ellos sino que sólo me represento a mí mismo y sólo de mí mismo digo 'yo'". La física no contesta esta pregunta recurriendo a las probabilidades; declara que desde su punto de vista entre el que pregunta y toda la demás gente no existe diferencia física alguna que explicara la diferencia existencial. Y por lo tanto la "prueba" de Kouska ni ataca ni derriba la teoría de probabilidades, ¡pues no tiene nada que ver con ella en  lo absoluto!
La lectura que el presente reseñista hizo de opiniones tan conflictivas de dos tan ilustres pensadores lo ha dejado por demás perplejo. Se siente incapaz de resolver el dilema, y lo único definitivo que pudo rescatar de dicha lectura de la obra del profesor B. Kouska es el profundo conocimiento de los acontecimientos que dieron por resultado la aparición de un erudito de tan pintoresca historia familiar. En cuanto al meollo del debate, lo sabio será dejarlo a especialistas mejor acreditados para resolverlo.

[Tomado de CIENCIA FICCIÓN, CONACYT, México, 1980]








































































































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