La organización del crimen, de Mary Mcintosh

1. Introducción

El ladrón es un comerciante que, por razones económicas u otras, opta por un comercio más lucrativo y arriesgado que el trabajo a jornal. Todas las personas que ejercen trabajos peligrosos... comprenderán rápidamente al ladrón presidiario... Y, sin embargo, nadie habla de pilotos de prueba hereditarios. Ningún semineurótico hace correr tinta sobre la nariz o la mandíbula características del tramoyista de cine. Cualquier pseudocientífico charlatán que se dedicara a engendrar sesudos volúmenes sobre la herencia nerviosa de los transportadores de dinamita encontraría carcajadas en su camino al manicomio. Estas cosas se pueden hacer con los convictos con facilidad, impunidad y provecho, por tres razones. En primer lugar, el presidiario es incapaz de expresarse, y además no le importa: se puede escribir sobre él lo que se quiera. En segundo término, su actividad es contraria a los intereses de quienes poseen mucho, por lo cual es posible calumniarlo y tergiversarlo virtuosamente. En tercer lugar, en la realidad de las cosas, nadie que hubiera podido observarlo, y escribir sobre lo observado, ha vivido jamás en su medio. Hasta hace poco... Ahora, Messieurs les crminologistes, ¡Tienen ustedes la palabra! 
Los sociólogos y los criminólogos han encarado el crimen durante tanto tiempo como na desviación individual de las normas o las leyes colectivas, que sólo llegaron a la noción del crimen como actividad colectiva a través de un camino sumamente retorcido. Comienzan por preguntarse por qué alguna gente se extravía de la senda recta y estrecha; una vez que han agotado el estudio de las características individuales se dirigen a la situación social del individuo: vecindario, subcultura, socios delincuentes, contracultura, cultura carcelaria, enfrentamiento con la policía y con los trabajadores sociales, etc. Al hacerlo, el sociólogo encara las colectividades no como un tema en sí mismas sino siempre con la misma pregunta: ¿de qué modo determinan la actividad individual?
Los libelistas, periodistas y propagandistas de la policía, por su parte, han descartado corrientemente al "confraternidad" criminal, detallando las formas en que los criminales conspiran para eludir el arresto y atrapar a sus víctimas y los medios por los que el "código de los ladrones" y otros elementos de la ley del hampa sirven para someter a los individuos a los intereses colectivos. Así, Robert Greene, autor de una famosa serie de folletines sobre chantajes en la última década del siglo XVI, pudo no describir numerosas "leyes", o rutinas de trabajo, aplicadas por grupos de ladrones y estafadores, sino también decir alguna cosa acerca de su organización social. Tales exposiciones indudablemente han exagerado el alcance de la estructura autónoma y de la cultura propia de los criminales, pero al menos llamaron la atención sistemáticamente hacia su existencia y lograron intrigar a sus lectores con la paradoja de un sistema de normas acatado por los quebrantadores de normas; una jerarquía existente entre los descastados, un elevado desarrollo de habilidades, disciplina y perseverancia entre quienes no están dispuestos a trabajar.
Hasta hace poco tiempo los sociólogos norteamericanos concedieron sólo un interés esporádico a unas pocas especies de organización criminal. Las más populares han sido las bandas juveniles y el tipo de organización extorsionista que se adueño del título de "crimen organizado" en los Estados Unidos, aunque también han existido estudios acerca del delito cometido por las corporaciones, por ladrones profesionales, del mercado de drogas, del "mercado negro", etc. Sólo desde alrededor de 1960 este interés se tornó más coherente con un aumento de la investigación de primera mano sobre varias clases específicas de vida criminal, estimulada en gran medida por la reacción contra la tradicional tendencia de la criminología a basarse en estadísticas oficiales y en delincuentes encarcelados como fuente de información. Pero el interés ha seguido siendo más firme que sistemático, en gran parte porque la sociología del crimen se vio recargada de un aparato teórico, ya sea de actitud "correccional" o "apreciativa", interesado en el análisis de la conducta individual.
Así, por ejemplo, la "tipología de sistemas de conducta criminal" de Clinard y Quinney presenta cuatro "características de clasificación": 1] carrera criminal del delincuente; 2] respaldo colectivo de la conducta criminal; 3] correspondencia entre la conducta criminal y los patrones de comportamiento legítimo; 4] reacción de la sociedad (al criminal o al crimen). Empleando esta tipología, los autores consiguen clasificar cierto número de reseñas descriptivas de comportamiento y organización criminal conforme a determinado orden. Pero el resultado no es sistemático como base para el análisis de la organización criminal, porque las teorías implícitas sobre las cuales se basa no son teorías sobre la organización, sino sobre cómo los individuos llegan a cometer delitos. Lo mismo vale para otros ensayos tipológicos norteamericanos, como el de Roedbuck y el de Gibbons, que de manera similar emplean ciertas dimensiones bien arbitrarias simultáneamente de tal modo que los tipos así definidos correspondan en líneas generales a las categorías delictivas del sentido común. El único trabajo que trata sistemáticamente las variaciones de la organización es el de Donald Cressey, que más abajo se comentará. 
En el enfoque adoptado aquí la organización criminal -y específicamente la organización del crimen profesional- se considera racionalmente adaptado a la dirección de las actividades criminales en cuestión. Es un encaramiento que permite clarificar y superar muchas de las confusiones de los análisis precedentes.

El crimen profesional

Uno de los resultados del enfoque nos sistemático de la organización criminal, encaminado como lo fue desde diversos ángulos y sin ninguna meta claramente definida, ha sido que la criminología se hizo sumamente confusa. Es frecuente que encontremos en la literatura que el "crimen profesional" se identifica enteramente con el tipo específico que Edwin Sutherland describió en 1937. Sutherland caracterizaba la profesión del latrocinio como comprendiendo: i] un complejo de técnicas especializadas, principalmente no violentas; ii] un estatus("como cualquier otro profesional"); iii] un consenso respecto del comportamiento y las actitudes criminales y recíprocas; iv] una asociación diferencial ("una persona a quien se admite en el grupo como ladrón profesional es un ladrón profesional"); v] organización ("el robo profesional es un crimen organizado: no está organizado en el sentido periodístico, pues la labor de los miembros de la profesión no la dirige ningún dictador ni ninguna oficina central;más bien está organizado en el sentido de que es un sistema en el que se encuentra una unidad informal y reciprocidad"). Estas características son abstraídas del estudio de un confidente que era típico de ciertos ambientes criminales de las mayores ciudades norteamericanas del primer cuarto de este siglo. Este estatus y estas peculiaridades de organización son las que se reconocían y orientaban las relaciones entre los criminales en un periodo particular de la historia norteamericana. Sin embargo, los sociólogos han adoptado esas características más tarde como base para sus categorizaciones.
Así Gibbons afirma que "el comportamiento sutil, no violento, es el sine qua non del hurto profesional como forma de criminalidad", que luego distingue de la criminalidad de los "profesionales 'pesados'". Para Clinard y Quinney, el "crimen profesional" se diferencia del "crimen convencional" sobre la base de la "habilidad con que se comete el delito", aun cuando el "crimen convencional" comprende el asalto, el hurto, la rapiña y el robo en bandas. En los crímenes profesionales (estafas ingeniosas, ratería de tienda, hurtos de carteristas, falsificación de documentos o de firmas) afirman que "la mayoría de los casos están 'preparados'".
Este método de derivar conceptos, volviendo a formular categorías estables en forma más rígida, es inútil para cualquier análisis sociológico genuino. Nos permite redactar reseñas descriptivas que por lo corriente resultan mucho más pomposas que las de los periodistas. O bien proporciona el medio para inventar temas de investigación: tomemos el concepto de Sutherland de la profesión del ladrón como hombre de paja, y luego confrontémoslo críticamente con algunas comprobaciones sobre otro tipo de criminal. Esto es lo que hizo Edwin Lemert en su trabajo, hoy clásico, sobre "La conducta del falsificador sistemático de cheques". Es interesante también que Lemert especifica cinco "elementos del sistema de comportamiento del ladrón" que son bastante distintos de los que he reseñados de la interpretación propia de Sutherland a ese respecto; no hay mención alguna del estatus, por ejemplo.Esto pone al descubierto otro riesgo de este método de formación de conceptos. Porque los "elementos" de Lemert se adecuan al material de Sutherland tan bien como sus propias "características  esenciales"; la selección en ambos casos era bastante arbitraria. Así, la conclusión de que "hoy en dí ala falsificación de cheques existe de manera sistemática pero no se manifiesta como un sistema de comportamiento profesional adquirido o conservado mediante la asociación con otros criminales", no pasa de ser una mera descripción sumaria de los falsificadores de cheques. No aporta nada a nuestra comprensión del crimen profesional en general. Lemert prosigue su especulación de este modo: "Las exigencias técnicas de la falsificación de cheques contemporánea excluyen el funcionamiento eficiente sobre una base organizada, cooperativa"; pero nada de la teorización de Sutherland, ni de la suya propia, garantiza esta clase de explicación, lo que le permite añadir una completamente distinta: "Además de estos factores, las características de clase y los antecedentes de los falsificadores habituales los inclinan a evitar la asociación íntima con otros delincuentes".
En lugar de estas categorías arbitrarias que no son derivadas teóricamente sino que están rígidamente ligadas  por una serie de dimensiones que las atraviesan, el análisis sociológico requiere conjuntos de conceptos interrelacionados que puedan combinarse de uno y otro modo para propósitos diversos. El estudio de la organización exige nociones organizacionales, que tal vez puedan vincularse con conceptos referentes a categorías jurídicas, control social, relaciones con las víctimas, etcétera.
Podríamos dejar de lado por completo el término "profesional", porque su asociación con diversas interpretaciones de Sutherland lo ha vuelto inútil salvo para aludir a un fenómeno hoy distinto. Pero parece conveniente conservarlo para referirse a algo que tiene parentesco con su acepción de diccionario; es decir, para diferenciar al criminal "aficionado" del "profesional". Un criminal profesional, en este sentido, hace del delito su principal ocupación: es, en términos generales, lo que Mack llamaría "un bribón de tiempo completo". Se prefiere el término "profesional" simplemente porque resulta de uso más conveniente. No pretendo aludir a un estatus social relativamente  elevado, a un alto nivel de habilidad o de entrenamiento, ni a ninguna otra analogía con los profesionales legítimos o "doctos". Tampoco pretende incluir en su definición ninguna característica organizativa de detalle referente a la división del trabajo o a la coordinación o estructura del hampa.
El crimen profesional se diferencia todavía del crimen de otro tipo en un sentido más. Como el crimen profesional constituye una esfera de ocupación relativamente específica, posee su propia configuración y continuidad, mientras que las actividades de aficionados, al ser sólo una ocupación parcial, sufren una influencia mucho mayor de diversas circunstancias, a menudo propias del individuo criminal. El crimen profesional se distingue así no por su escala, ni por su grado de torpeza o eficacia, sino por su diferenciación organizativa respecto de otras actividades.  Hemos de ver luego que el grado de diferenciación puede variar. Pero resulta relativamente fácil distinguir los grupos y redes organizativas criminales en comparación, por ejemplo, con el problema de distinguir los grupos y redes involucrados en , digamos, las pujas ilegales para los proyectos de edificación de las autoridades locales, de las redes burocráticas, profesionales, políticas y de negocios ordinarias.
Así, el crimen profesional es más uniforme, en el sentido de que los criminales de la misma especie están todos en el mismo bote, como gente que dedica todo su tiempo a una misma actividad y que no tiene mucha otra cosa a qué recurrir. También es más autónomo, en el sentido de que los elementos principales que explicarían su organización se encontrarán dentro de la actividad criminal y de los problemas que en ella se afrontan, y no en otras instituciones dentro de las cuales se engarza. Esto significa que se los encontrará en las estructuras específicas de control social, en su sentido más amplio: oportunidades para el delito, prevención del crimen, aplicación de la ley.
Incluso tratándose de las formas menos uniformes y menos autónoma de actividad criminal y desviada, un enfoque desde el punto de vista organizativo podría producir algunos resultados interesantes. En primer lugar podría ayudarnos a distinguir el crimen profesional del de aficionados y precisar así las condiciones necesarias para el último. Por ejemplo, uno de los efectos de la actividad policial respecto del uso de las drogas puede ser un cambio organizativo: la profesionalización de algunas partes del mercado de drogas. Otro campo evidente donde resultaría particularmente fructífero es e de la desviación industrial (sabotaje y robos) y de los delitos "de cuello duro" (especialmente las estafas, trampas y fraudes colectivos que se producen al margen de otros empleos), pues éstas son actividades cuya organización depende de la de otra empresa legítima, mayor. Por consiguiente deberíamos poder preguntarnos  cuales son los tipos de industrias o de organizaciones administrativas que generan oportunidades para la explotación delictuosa de sus empleados. Éste sería al menos un paso deseable para apartarse de las interpretaciones existentes que procuran culpar, o alabar, a los que participan en esas actividades.

Los modelos racionales de organización

sin embargo, la gran ventaja de concentrarse en el crimen profesional, de mayor autonomía, consiste en que puede buscarse la explicación de su organización en los problemas técnicos que afronta. Y estos problemas técnicos son en sí mismos sociales;  son problemas de manejo del control social, de la protección de la propiedad, de la aplicación de la ley. Se percibe entonces el grupo criminal inserto en una configuración social más amplia que incluye otros criminales, víctimas, policías, clientes, "participantes inocentes", etc. Esa configuración más amplia es siempre cambiante, y sus cambios afectan también al grupo criminal, a veces de modo que lo transforman y transforma su posición en la configuración social entera.
el enfoque explicativo se deriva de la labor sobre la sociología de las organizaciones industriales -que explica la organización interna de las firmas industriales en términos de su técnica de producción y desarrollo- y del trabajo en la economía de la estructura industrial -que explica la división del trabajo entre las firmas en una industria, en cuanto a condiciones de mercado y tecnología. La explicación toma la siguiente forma:
a] En una etapa determinada de desarrollo social y tecnológico, un acto criminal dado plantea ciertos problemas técnicos (incluso sociales) que deben resolverse para su ejecución exitosa;
b] podemos especificar cuáles son los tipos más eficaces de organización para encarar esos problemas técnicos;
c] la existencia de ese tipo de organización se explica por su eficacia en la situación dada.
Los problemas lógicos son obvios: el hecho de que el socialismo sea el sistema más racional posible para mejorar las sociedades humanas ni explica la existencia del socialismo ni significa siquiera que el socialismo exista en absoluto.
i] El planteamiento alude a los medios con que debiera organizarse el crimen a fin de ser exitoso; es decir, para llevar al máximo la ganancia prevista minimizando a la vez el riesgo de encarcelamiento. No nos es de ninguna ayuda para entender la organización del crimen relativamente infructuoso. Por lo común, los criminólogos han distinguido entre el delito exitoso y el que no lo es en un nivel tipológico (por ejemplo, con la noción de Mack del "delincuente hábil"). El problema de por qué algunas clases de actividad criminal resultan exitosas y otras no, es cosa que no puede resolverse por este método.
Douglas Webster y su equipo están realizando algunas investigaciones interesantes sobre los criminales que denominan "chambones semiprofesionales" en ciudades medianas de Gran Bretaña. Sostienen que las actividades que estudian son relativamente infructuosas en parte debido a que los participantes, por diversas razones sociales,  carecen de "terquedad" en la prosecución racional del crimen, pero también por la posición que los participantes tienen en la estructura social: son gente que carece de "acceso a los sistemas" (es decir, de contactos sociales que les permitan operar con mayor seguridad y los protejan) y actúan en ciudades menores donde vigilancia policial y de otra clase más eficaz. Presumiblemente, para que lograran éxito en el delito, estos hombres tendrían que desplazarse a ciudades mayores para gozar de la protección de un hampa más grande y de mayor anonimato. Evidentemente, los grupos criminales no están organizados siempre del modo más racional. Incluso individuos que son delincuentes profesionales conforme a nuestra definición, permanece a veces en pequeñas ciudades cuando les resultaría más seguro operar  con base en ciudades más grandes. Proceden así a causa de su vinculación con las redes locales y familiares. En otras palabras,  en su caso el crimen profesional no se encuentra diferenciado, desde el punto de vista organizativo, de otras actividades en una medida que permita considerarlo como plenamente autónomo.
ii]Un modo de llenar el vacío lógico de la explicación pudiera consistir en postular una categoría del "criminal económicamente racional", aludiendo en efecto a aquel para quien los actores ajenos a la economía criminal pueden dejarse de lado. Evidentemente esto representa un perfeccionamiento respecto del enfoque psicopatológico que ha dominado la criminología durante tanto tiempo. Con todo, no resuelve el problema, puesto que la racionalidad implícita en la explicación  es una racionalidad organizacional, y no una racionalidadindividual. Pero no cabe discutir qué resultaría racional en relación con los propósitos de un grupo, supuesto que exista tal grupo.
Donald Cressey, en Criminal organization, el único trabajo teórico sustancial sobre el tema, propone un esquema de racionalidad organizativa. Algunas organizaciones, dice, tienen un grado superior de organización que otras; están más racionalmente organizadas en procura de un "propósito declarado". Las organizaciones criminales organizadas más racionalmente poseen una división del trabajo más elaborada y un número mayor depuestos organizativos para sus integrantes. "Las formas de organización en el extremo inferior del continuo pueden existir independientemente de las propias del extremo superior, pero están presentas también, como subsistemas, en las formas más racionales"; en cierto modo en forma similar, aunque él no emplee esta analogía, a cómo las células biológicas individuales pueden existir como organismos independientes y también como elementos exponentes de sistemas más complejos. La tipología subyacente es, pues, de complejidad organizativa; pero en vista de la escasez de los elementos de juicio disponibles, Cressey opta por presentar sus "seis variedades de organización criminal" sobre la base de una serie de "posiciones clave". Las organizaciones más racionales poseen la totalidad de esas posiciones, que van presentándose una a una a medida que se asciende en la escala. En el extremo superior, la variedad A se distingue por presentar cargos de "comisionados" , hombres que se reúnen para coordinar  las actividades de una confederación o cártel de subunidades. Cressey atribuye a la "Cosa nostra" norteamericana y a la Mafia siciliana el carácter de ejemplos de esta variedad. La variedad B, de la que son ejemplos las "familias" de la "Cosa nostra", posee un cargo de "ejecutor", que castiga a los miembros no satisfactorios. La variedad C, la de los "ladrones profesionales" de Sutherland y Maurer, por ejemplo, tiene cargos de "corruptores", que sobornan o ganan mediante influencias a funcionarios públicos, y de "corrompidos", que son objeto de la influencia. La variedad D tiene un cargo de "planificador estratégico", dedicado a asuntos de largo plazo como los de seguridad y de contactos; la variedad E, un "táctico"; y la más simple de todas, la variedad F, sólo tiene un "guía de equipo de ejecución" para el acto mismo del delito.
Cressey emplea así una única dimensión, que califica de "racionalidad", para catalogar las organizaciones criminales. Y ve esta dimensión como propia del desarrollo. No es muy explícito respecto de la dinámica del cambio organizativo, pero sugiere que el impulso de cambio está representado por la búsqueda del logro de los "objetivos declarados" de la organización, y que los obstáculos que lo traban se derivan de la ignorancia  por parte de los criminales, y de la eficacia de la aplicación de la ley por la policía y otros. Les delincuentes británicos, afirma, van volviéndose más "organizados" y eventualmente los más ricos de ellos tienden a tratar de comprar su inmunidad al arresto y al enjuiciamiento, tal como lo han hecho los criminales norteamericanos. "Si los asaltantes y extorsionistas logran comprar la justicia, el 'crimen organizado' en Gran Bretaña podría muy bien llegar a parecerse al 'crimen organizado' de los EU".
Cressey puede escribir, entonces, sobre la posibilidad de "organizaciones criminales armadas y equipadas para la actividad de extorsión y la estafa a largo plazo, y para incursiones específicas tales como asaltos de bancos y secuestros de camiones". Parece opinar que cualquier clase de actividad puede cumplirse según s forma más desarrollada de organización. Esto contrasta agudamente con el enfoque que aquí hemos de desarrollar, según el cual los problemas afrontados por los grupos criminales -y con ello las soluciones organizacionales apropiadas- pueden variar de acuerdo con los diversos contextos sociales.
El enfoque de Cressey comparte nuestra propia lógica: trata la racionalidad de una forma organizativa como explicación de su existencia. Un postulado de racionalidad individual nos llevaría a preguntarnos cosas tales como cuándo querrán los beneficiarios controlar a sus ladrones, cuándo estarán satisfechos los ladrones de trabajar juntos durante un largo periodo, cuándo preferirá la gente vender información a emplearla actuando por sí misma, etc. Hablando estrictamente, no nos es de ayuda alguna determinar cuándo surgen los sistemas organizativos que los individuos pueden preferir.
Pero resulta en cambio extremadamente fructífero explicar de qué manera se maneja racionalmente el crimen profesional para enfrentar los problemas de control social. Los criminólogos han mirado el control social tradicionalmente como una reacción a la desviación más que a la inversa. Su interés se centra en explicar por qué las personas se desvían , o bien en la efectividad del control social. Últimamente la teoría radical de la desviación ha dado vuelta a esta tradición, señalando que la desviación no existiría sin control social, ni el delito sin leyes. Hasta ahora, sin embargo, el centro focal del trabajo radical ha estado generalmente en los criterios con los que el control social define a los individuos como desviados y en los medios con los cuales el control social estructura las actividades desviadas. Aquí habremos de concentrarnos no en los individuos , sino en los modelos de relaciones entre ellos. Examinaremos en primer término las condiciones históricas del surgimiento  de ese modelo  que hemos denominado crimen profesional. Luego, en los capítulos siguientes, mostraremos cómo las variaciones  en la organización del crimen profesional se vinculan en la práctica con modificaciones en las condiciones del contrato social. Veremos cómo los piratas y bandidos actúan en grupos estructurados con el fin de encarar las exigencias impuestas pos u posición fuera de la ley, cómo se diferencian de los pequeños equipos dedicados a la ratería urbana, o de los equipos formados ad hoc para ataques contra propiedades valiosas y bien protegidas, y cómo los delincuentes consiguen a veces neutralizar la aplicación de la ley hasta el grado de poder establecer organizaciones complejas y permanentes en gran escala.

[Tomado de La organización del crimen, siglo xxi editores, México, 1977]

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